En tanto el poder del Imperio Otomano disminuía lentamente, las potencias europeas luchaban por el control de la península de los Balcanes, con su acceso territorial a Oriente Próximo. Rusia procuró durante todo el siglo XIX ejercer su influencia en la zona. Las atrocidades que cometieron los turcos contra los búlgaros en la década de 1870, le proporcionó el pretexto para declarar la guerra a Turquía. La victoria permitió a Rusia imponer a Turquía el tratado de San Stefano, que implicaba la creación de un gran Estado búlgaro independiente (que Rusia esperaba que fuese su mejor aliado en señal de gratitud por la liberación). Sin embargo, Gran Bretaña, Alemania y Austria-Hungría invalidaron ese plan tres meses más tarde en el Congreso de Berlín. Se acordó un Estado búlgaro mucho más pequeño, y el territorio adyacente se repartió entre Montenegro, Rumania, Serbia y Grecia. En la guerra balcánica de 1913, la mayoría de los territorios europeos bajo dominio otomano obtuvieron la independencia, aunque bajo la influencia de Austria. En 1914, Serbia era el principal aliado de Rusia en los Balcanes, y esta alianza arrastró a Rusia a la primera guerra mundial.
(Mapa y texto:Atlas Culturales del Mundo: Rusia, volumen II; Ediciones del Prado)
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