sábado, 4 de septiembre de 2010

El nacimiento de los nacionalismos en el Imperio Austro-húngaro



En el solar del Imperio austrohúngaro, varios movimientos nacionalistas coexis­tieron, con desigual intensidad, a lo largo del siglo XIX. Dos de ellos tenían ya con anterioridad a 1848 un profundo arraigo social. El nacionalismo polaco continuó activo tras el "reparto" del Gran Ducado de Polonia y Lituania a mediados del siglo XVIII entre Prusia, Rusia y Autria-Hungría. De aparición más temprana, y habiendo conocido una fase de desarrollo previo desde el siglo XVII que incluía la identificación con un Estado propio del Antiguo Régimen  que confirió al movimiento nacionalista polaco una aristocracia dirigente, una burguesía y unos sectores populares identifica­dos con su causa, el nacionalismo polaco era a mediados del siglo XIX un movimiento muy consolidado desde el punto de vista social y político. Había sido protagonista de varios levantamien­tos (en 1848 y en 1863) contra el régimen zarista, duramente reprimidos; y era igualmente un opo­sitor declarado del Gobierno imperial de Viena, que normalmente favorecía a otras nacionalidades colindantes (ucranios, judíos) en los territorios polacos para que actuasen de contrapeso a su influencia. De hecho, la fase de desarrollo y madurez del movimiento nacionalista polaco coinci­dió con la lucha contra el Antiguo Régimen, al igual que en el caso magiar, lo que en parte cons­tituyó una clave de su rápida expansión social.
El segundo nacionalismo sin estado que conoció un rápido desarrollo político y social, hasta alcan­zar el estadio evolutivo de movimiento de masas durante la primera mitad del siglo xix fue el movimiento nacionalista húngaro. Éste contaba además con una adhesión mayoritaria de las cla­ses dirigentes magiares. Liderado por el carismático Lajos Kossuth, los nacionalistas magiares intervinieron activamente en la revolución de 1848. La Asamblea Nacional Húngara, expresión de un amplio frente nacionalista que incluía desde la nobleza liberal hasta sectores campesinos, pasando por la burguesía magiar, decretó la organización de un ejército propio y se declaró en rebeldía frente a Viena. Sin embargo, los húngaros acabaron por ser derrotados por la oposición de las tropas imperiales y la falta de apoyo de los pueblos eslavos a sus demandas, particularmente de los croatas. Pero en el curso de la revolución de 1848, las medidas adoptadas para la libera­ción progresiva de la servidumbre se vieron confirmadas posteriormente, de modo que entre 1851 y 1854 aquélla fue abolida de modo gradual en las tierras del Imperio.
La derrota militar no acabó con las reivindicaciones magiares. Tras años de negociaciones y diver­sos proyectos fallidos de "Confederación Danubiana", los nacionalistas húngaros llegaron a un compromiso con la Monarquía germánica de Viena. Ésta se hallaba en un momento de debilidad, tras su derrota ante Prusia en 1866. Ello favoreció el acuerdo, ante el temor de que el desconten­to magiar desembocase en una disgregación del Imperio.
El Compromiso [Ausgleich], firmado finalmente en 1867, supuso la división del Imperio en dos mitades. La mitad occidental, denominada Cisleithania, permanecía bajo la directa jurisdicción del Gobierno de Viena, e incluía la Austria germánica, territorios poblados por polacos y la Galitzia oriental, Ucrania, Bohemia, Moravia y Eslovenia, pobladas por diferentes pueblos eslavos. La par­te oriental del Imperio, ahora con el nombre de Transleithania, pasaba a estar situada bajo juris­dicción magiar, con capital en Budapest, incluyéndose dentro de ella diversos pueblos y territorios habitados por otros grupos étnicos: Croacia, a la que le fue reconocido el derecho a una autono­mía limitada con una Dieta propia [Sabor] y un gobernador en 1868; Eslovaquia; Rutenia subcarpática; Bukovina (poblada por ucranios) y Transilvania, poblada por magiares, alemanes y ruma­nos, entre otras nacionalidades. Cada una de las mitades contaría con parlamentos (Dietas) separados y plenas competencias en todas las materias, salvo política exterior y defensa, además de la preservación de una unión aduanera. Los antiguos principios premodernos de legitimación del poder político seguían siendo la base que sustentaba un Imperio que ahora era bicéfalo: la fide­lidad dinástica y la defensa de la fe católica.
En líneas generales, es posible afirmar que el Gobierno de Viena se mostró tolerante hacia las dife­rentes minorías nacionales y nacionalidades de Cisleithania, jugando con concesiones y tratos de favor diferenciales para actuar de arbitro entre las mismas y así contrarrestar tendencias centrífu­gas. En buena parte, ello era consecuencia de la renuncia consciente por parte del Gobierno impe­rial de Viena a crear un Estado nacional con centro en la Austria germánica, sobre todo después del relativo fracaso de las reformas administrativas ilustradas del emperador José II a fines del siglo XVIII, el escaso éxito de los intentos de crear una movilización patriótica antifrancesa duran­te las guerras napoleónicas y las posteriores derrotas frente a Prusia y los nacionalistas italianos entre 1859 y 1866. De este modo, por ejemplo, el idioma  alemán sólo era obligatorio en la ense­ñanza superior, la administración y en la oficialidad del Ejército.
Por el contrario, las élites nobiliarias y dirigentes húngaras, imbuidas de la creencia de la superio­ridad de la cultura magiar, desechaba los proyectos anteriores de conformación de una Confede­ración Danubiana de Estados (que comprendiese a Hungría, Croacia, Serbia y los principados rumanos, además de una Transilvania autónoma), avanzado por Kossuth en 1862. Por el contrario, después de pactar con el poder imperial el Compromiso de 1867, una de las primeras medidas del Gobierno húngaro fue la proclamación de la Ley de Nacionalidades de 1868, inspirada en las ideas del partido de Déak y Eótvós, que en Transleithania sólo existía una única nación indivisible, la nación húngara; si bien reconocía la existencia de idiomas diferentes al magiar y autorizaba su uso en todos los niveles de la educación, la administración local y de justicia y en la vida ecle­siástica. Esta tolerancia inicial, que no satisfacía a los nacionalistas croatas o eslovacos, dejó paso desde la penúltima década del siglo XIX a una política conscientemente dirigida a nacionalizar la Transleithania, imponiendo progresivamente el idioma húngaro en esferas más amplias del siste­ma educativo y de la administración; si bien las diversas Iglesias no católicas mantuvieron escue­las secundarias y primarias en idiomas de las diferentes nacionalidades.
El éxito del proyecto de nacionalización magiar fue más bien limitado, pese a que la asimilación de otros grupos étnicos (eslavos, rumanos y germanos) en la cultura magiar fue bastante extendi­da en los núcleos urbanos occidentales de la Transleithania; y tuvo como efecto contrario el pro­vocar o acentuar la reacción de las nacionalidades de su periferia, especialmente de los naciona­listas croatas, eslovacos y los nacionalistas irredentistas rumanos de Transilvania que aspirarán a una autonomía dentro de Transleithania y, a largo plazo, a la reincorporación al Reino de Ruma­nia. A partir de 1880, también surgirá en Cisleithania un nuevo nacionalismo radical alemán que enfatizaba el sentimiento supra estatal de germanidad y aspiraba tanto a contrarrestar a los nacio­nalistas checos, particularmente en Bohemia, como a "reinventar" la comunidad nacional germá­nica preconizando la pertenencia de los germanos del Imperio Austrohúngaro a una única comu­nidad nacional alemana.
Entre los movimientos nacionalistas de mayor desarrollo dentro del Imperio Austrohúngaro se hallaba el checo. A comienzos del siglo XIX, un 63% de la población de Bohemia y un 70% de la población de Moravia era de lengua checa, con porcentajes menores en Silesia meridional. Com­partían mayormente el espacio geográfico con poblaciones germanófonas (un 36% en Bohemia y un 29% de la población total de Moravia), y en buena medida las élites checas se encontraban muy influidas por la cultura alemana, hasta el punto de que varios sectores políticos conservadores che-cos postulaban la existencia antes de 1840 de una nación bilingüe checa, y durante un tiempo el nacionalismo germano declaró a los checos parte integrante de la nación alemana. A su vez, los checos consideraban a los eslovacos como hablantes de un dialecto de su mismo idioma, por lo que aspiraban a incorporar a Eslovaquia a la nación checa. Asimismo, en Moravia persistió una fuerte identidad regional diferenciada en la primera mitad del siglo XIX: sus pobladores se consi­deraban eslavos de Moravia antes que checos, e incluso hubo intentos fallidos de crear un idioma moravo separado.
Sin embargo, a diferencia de los nacionalismos húngaro y polaco, que ya a comienzos del siglo XIX gozaban de un amplio apoyo social procedente de las clases dirigentes nobiliares de los gru­pos étnicos a que apelaban, y particularmente de la nobleza, la aristocracia de Moravia y Bohemia no se identificó con el nacionalismo checo, sino que se mantuvo leal a Viena o desarrolló una suer­te de patriotismo regional bohemio supra étnico (Landespatriotismus). Con todo, esa conciencia de fidelidad al país por parte de la aristocracia actuó de aliado de los nacionalistas checos. Hacia la década de 1820, surgieron varios grupos de intelectuales y literatos interesados en la promoción de la cultura y el idioma checo, y dos instituciones fundadas por la nobleza bohemia centralizaron las labores de recuperación cultural: el Museo Patriótico de Bohemia (1818) y la Fundación Che­ca [Matice ceská], con un creciente apoyo social.
Hasta mediados de la década de 1840, los diversos grupos culturalistas checos se concentraron en actividades de tipo periodístico. En 1848, se formuló un primer programa político con ocasión del levantamiento de junio en Praga. Los nacionalistas checos comenzaron a demandar la autonomía política, además de derechos lingüísticos, basando su reivindicación en una concepción iusnaturalista de la nación checa, elaborada por Frantisek Palacky. Además de ello, en ese momento se registra una espectacular expansión del eco social de los primeros nacionalistas en las zonas rura­les, particularmente entre clérigos rurales y campesinos semipropietarios y propietarios, que iden­tificaron emancipación social con reivindicaciones lingüístico-culturales y políticas colectivas. La élite nacionalista, compuesta fundamentalmente por grupos pequeñoburgueses y profesiones libe­rales, se concentraba mayoritariamente en Praga. Fue esta élite la que luchó por imponer el checo como idioma burgués, de la cultura y de la administración en la capital bohemia a lo largo del siglo XIX, hasta acabar con el monopolio cultural del alemán en la vida pública y cultural. La mayor democratización del sistema político austrohúngaro a partir de 1860-61, y especialmen­te desde el Compromiso de 1867, creó unas condiciones más favorables para la expansión social del movimiento nacionalista checo. Además de la progresiva conquista por las candidaturas nacio­nalistas de las instituciones de la sociedad civil, los checos alcanzaron la mayoría de los ayunta­mientos bohemios en las zonas de mayoría étnica checohablante entre 1861 y 1868, y dos décadas más tarde en Moravia. Simultáneamente, desde 1861 se expandió una densa red de organizacio­nes sociales impregnadas por el nacionalismo: desde clubs sociales para las clases medias y arte-sanas, o instituciones culturales propias, hasta la emblemática organización de gimnastas Halco­nes [Sókols], fundada en 1864. La composición social de las organizaciones nacionalistas checas presentaba a lo largo del tercer tercio del siglo XIX  un acusado componente interclasista, con pre­dominio de la pequeña burguesía urbana, el campesinado y la clase obrera y artesana. La articu­lación de la sociedad civil bohemia, expresada en el alto número de asociaciones checas (y sus oponentes alemanas), alcanzaba a finales del siglo XIX  niveles extraordinariamente elevados para la media austrohúngara.
Las organizaciones políticas checas se diversificaron desde 1861, apareciendo desde entonces, por oposición contra el Partido Nacional Checo, también denominado de los "Viejos Checos", funda­do por Palacky, la facción de los "Jóvenes Checos" (clara transposición de la Joven Italia de Mazzini), más radicales y demócratas, organizados como partido propio desde 1874. Mientras los Vie­jos Checos recurrían al argumento de los "derechos históricos" de Bohemia y preferían una alianza con la aristocracia, optando al tiempo por una táctica de oposición parlamentaria pasiva, los Jóve­nes Checos se distinguieron por su agresiva política obstruccionista en la Dieta imperial de Viena, obteniendo concesiones políticas sucesivas del vacilante Gobierno imperial sobre todo en el dominio lingüístico-cultural y administrativo. Con todo, en esta etapa los nacionalistas checos aspiraban a una amplia autonomía dentro de Cisleithania, o a convertirse en una pieza más del Imperio convirtiéndolo en tricéfalo (alemán-magiar-checo).
También los nacionalistas eslovacos, superada la primera fase de elaboración cultural protagoni­zada por eruditos, eclesiásticos e intelectuales desde fines del XVIII, habían concretado su progra­ma y llegado a una serie de puntos de consenso. En 1861, una asamblea de representantes eslova­cos aprobó un memorándum en el que solicitaban entre otras cosas igualdad de derechos con los magiares, el reconocimiento legal de la personalidad nacional de Eslovaquia, la formación de un Distrito Eslovaco autónomo y la cooficialidad del idioma eslovaco. El Memorándum fue rechaza­do por el primer ministro húngaro Eötvös, quien sólo se mostraba dispuesto a aceptar la "asocia­ción" de las nacionalidades no magiares a la nacionalidad dominante sobre la base del reconoci­miento de derechos individuales, pero no colectivos, criterio que se convirtió en base de la Ley de Nacionalidades húngara de 1868.
Como consecuencia de la movilización de 1861 surgió una nueva institución cultural, fundada en 1864 con el nombre de Matica Slovenská , y que se convirtió en el centro de las iniciativas cultu­rales y literarias en lo sucesivo, gozando de un amplio apoyo popular. Al tiempo, el idioma eslo­vaco empezó a enseñarse en escuelas católicas, y tres institutos de enseñanza secundaria eslova­cos surgieron entre 1862-69.  La represión magiar clausuró sus actividades en 1875, juntamente con las de Matica Slovenská. Tras su disolución, surgieron nuevas organizaciones (Juventud Eslo­vaca, la organización femenina Zivena, el Coro eslovaco, el Hogar Nacional fundado en 1887, etc.). En 1868 nació el Partido Nacional Eslovaco [Slovenská narodna sírana, SNS], que ya en 1869 consiguió llevar a su líder,  junto a otros dos diputados eslovacos, a la Dieta de Budapest. En Croacia y Eslovenia, el influjo de la revolución francesa y la etapa de unidad política común entre croatas y eslovenos durante el período de existencia de las Provincias Ilirias napoleónicas dio nacimiento al llamado "ideal ilirista", de carácter más cultural que político. Algunos intelectuales serbios, croatas y hasta algunos eslovenos dieron pasos para la conformación de una lengua están­dar común para todos los eslavos del Sur, alentados por varios círculos culturales de Viena y las sociedades Matica Hrvatska (de Zagreb) y Matica Sprska de Novi Sad: el filólogo serbio VS. Karadzic elaboró finalmente un estándar literario serbocroata, publicado en 1850, que sólo se dife­renciaría en el alfabeto usado para su transcripción (cirílico para los serbios, latino para los croa­tas). Por su parte, el poeta y periodista croata Ljudevit Graj elaboró, por influencia del naciona­lismo literario checo desde los años 30 del XIX, el proyecto de una unión política de serbios y croatas. Cuando las autoridades austríacas prohibieron el término ilirista en 1842, los defensores de la existencia de una gran nación eslava en el Sur del Imperio, cuya existencia vendría de tiem­pos inmemoriales y que tendrían derecho a participar en el Imperio austrohúngaro en pie de igual­dad con germanos y magiares, pasaron a utilizar el término yugoslavismo, que englobaría a todos los eslavos del Sur, desde Eslovenia hasta Macedonia salvo los búlgaros.
La constitución del principado autónomo de Serbia entre las sublevaciones de 1805 y 1815 y el Tratado de Adrianópolis (1829) dio nuevas alas al ideal ilirista, leído desde Serbia en una clave
diferente. Desde mediados del siglo XIX, el ministro de Asuntos Exteriores serbio Hija Garasanin concibió el denominado "Gran Proyecto", un ideal pannacionalista dirigido a la liberación de los eslavos del sur y su unificación en una única comunidad política, en el que Serbia jugaría el papel de Prusia o Piamonte y expulsaría al Imperio Otomano de los Balcanes. Desde el Tratado de París (1859), Serbia pasó a estar protegida colectivamente por las grandes potencias cristianas, y en 1867 las tropas otomanas abandonaron el territorio, con lo que en la práctica, Serbia era un reino independiente, sujeto sólo a vasallaje tributario al Imperio. El yugoslavismo tenía sobre todo una orientación estratégica y un fin instrumental en relación con los objetivos políticos nacionales, y se conjugaba con el panserbismo, suerte de variante del paneslavismo, desarrollado en la segunda mitad del siglo XIX, en un principio orientado hacia el sureste (la integración de los serbios de Macedonia o Herzegovina, incluso la aspiración a integrar Bulgaria en 1878). Los serbios también eran mayoría en el pequeño principado de Montenegro, que accedió a la independencia en 1878. Algunos sectores de las élites sociales croatas concibieron el proyecto de la recuperación de los "derechos históricos" de Croacia dentro de la Monarquía austrohúngara, apelando a la antigua existencia del Reino de Croacia, Dalmacia y Eslavonia. En marzo de 1848, siguiendo la ola revo­lucionaria europea, la Asamblea croata reclamó una reestructuración del Imperio, en la que Croa­cia fuese una unidad autónoma e integrante; en esa reivindicación ya se apuntaba el ideal yugoslavista de la unidad de los pueblos eslavos del sur, dentro de Austria-Hungría. Tras el Compromiso de 1867, Croacia pasó a estar sujeta a la jurisdicción magiar, y Viena asumió el gobierno de Dalmacia ,cuyas tendencias diferencialistas respecto del conjunto de Croacia eran patentes, debido a la tradición histórica de la república de Ragusa y la huella cultural veneciana desde la Edad Media. En 1868, el Gobierno de Budapest concedió a Croacia una autonomía limi­tada, que se restringía a la administración interior, enseñanza y cultos y justicia, pero que respeta­ba la oficialidad de la lengua croata e incluía instituciones propias: un gobernador [Ban] que tenía a su cargo la administración de justicia, y un Sabor o Asamblea nacional. Sin embargo, al ampa­ro de la Ley de Nacionalidades húngara de 1868, no existía ningún reconocimiento oficial de otra nacionalidad que no fuese la magiar. Para una parte de las élites sociales y dirigentes croatas, no obstante, este compromiso no fue suficiente, y optaron por una apelación a la unidad de los esla­vos del sur del Imperio. El Partido Nacional Croata del obispo Josip Strossmayer aspiraba a que Croacia liderase una unificación de los eslavos del Sur -incluyendo al Estado serbio- para así for­mar parte de una Monarquía tripartita en la que Yugoslavia tuviese un rango semejante a la Cisleithania y la Transleithania. Una variante diferencial era la defensa de la Gran Croacia, que inte­grase todos los territorios habitados por croatas en las regiones colindantes, además de Eslavonia y Dalmacia, y sin incluir a las demás nacionalidades eslavas del Sur. Ese programa fue defendido desde 1861 por el Partido del Derecho, fundado por Ante Starcevic, que defendía la soberanía de Croacia dentro de la monarquía austrohúngara.
También entre los nacionalistas eslovenos (administrados por Viena) el ideal yugoslavista gozó de crecientes simpatías a lo largo de la segunda mitad del siglo XIX. A caballo de dos imperios (zarista y austrohúngaro) se situaba el nacionalismo ucranio. Los terri­torios habitados por ucranios se repartían en seis regiones: tres de ellas en el Imperio ruso; en el Imperio austrohúngaro, Galitzia, con capital en Lviv; el territorio de Bukovina, y la Rutenia sub-carpática o Carpato-Ucrania, incluida en Hungría. Los mayores contingentes de población ucrania, con todo, se localizaban en las regiones de Galitzia y los territorios bajo jurisdicción rusa. La propia definición de ucranio para ese conjunto de poblaciones tardó en aparecer: en Austria-Hun­gría, los ucranios eran denominados rutenos [Ruthenen], mientras en Rusia eran denominados pequeño-rusos [malorossy].
El movimiento nacionalista ucranio estará fuertemente impregnado desde sus comienzos por la diversidad de los diferentes territorios en que estaba dividido el grupo étnico de los ucranios, lo que favoreció la disgregación dialectal del idioma, así como tendencias asimiladoras -especial­mente acusadas en Ucrania oriental a favor del ruso—, y diferentes "barreras" frente a la asimila­ción (los  ucranios de Austria-Hungría tenían una confesión religiosa propia frente a los polacos, la Iglesia uniata, mientras los de Rusia profesaban la fe ortodoxa). La diversidad de condiciones políticas estructurales existentes en cada momento y región condicionará decisivamente la capa­cidad de movilización y el desarrollo del nacionalismo político en cada una de las regiones, dando lugar a importantes disimetrías: mientras el Imperio Austrohúngaro se caracterizó por su mayor tolerancia hacia las nacionalidades de su territorio, lo contrario acaeció en Rusia desde la segun­da mitad del siglo xix. Igualmente, los ucranios no eran el único grupo étnico que vivía en los territorios por ellos habitados: en Galitzia predominaban en su parte oriental,  pero no en la occi­dental; en los territorios ucranios bajo jurisdicción de Moscú, los ucranios sólo eran mayoritarios en las áreas rurales.
La abolición de la servidumbre, primero en Austria-Hungría y después en Rusia, fue una precondición indispensable para la movilización nacionalista ucrania. En torno a la década de 1830 el centro de actividades de los intelectuales ucranios se traslada a Kiev, donde se funda una nueva universidad y donde desarrolla su actividad el primer gran poeta ucranio, Sevcenko. En la Ucra­nia austrohúngara, el despertar intelectual tiene lugar con retraso, y hasta 1830 no se forma en Lviv un círculo de seminaristas y clérigos de la Iglesia uniata, que cobijará en lo sucesivo el nacio­nalismo ucranio occidental. Aparece así la primera gramática del idioma "ruteno" y las primeras obras literarias escritas en idioma ucranio. Las primeras asociaciones políticas de carácter nacio­nalista nacen casi a la par de la ola revolucionaria de 1848. En 1846 surge en Kiev la secreta Her­mandad de los Santos Cirilio y Metodio que ya postula un programa político concreto que reco­ge la soberanía de Ucrania, si bien su actividad fue reducida. En la Ucrania austrohúngara, la revolución de 1848 desencadena también en Galitzia una sorprendente actividad política de sig­no nacionalista: a ella contribuyeron la liberación de la servidumbre en el campo, el papel direc­tor de la Iglesia uniata y el apoyo del Gobierno de Viena a los "rutenos" por un breve período, uti­lizándolos de contrapeso frente a los nacionalistas polacos que eran mayoría en la Galitzia occidental. Surgieron así varias organizaciones nacionalistas ucranias, entre ellas la más impor­tante, el Consejo Superior Ucranio, con treinta y cuatro secciones locales; candidatos ucranios fueron elegidos al Parlamento; se publicaron periódicos en ucranio y delegados nacionalistas par­ticiparon en el congreso paneslavo de Praga. El programa político del nacionalismo ucranio en este momento aspiraba a la reunificación de todos los territorios ucranios de la Edad Media, si bien aspiraba de momento a una autonomía territorial en el Imperio austrohúngaro y a la separa­ción de la Galitzia oriental de la occidental (predominantemente poblada por polacos), para lo que 200.000 personas firmaron una petición.
Esta fase de agitación nacionalista fue bruscamente interrumpida en 1849. Las organizaciones políticas desaparecieron, y la reivindicación ucrania quedó en manos de intelectuales rusófilos, que defendían la incorporación de Ucrania a la nación rusa, en el marco del paneslavismo propa­gado por Moscú.
En Rusia, la intelligentsia ucrania aprovechó los años de relativa tolerancia política de la década de 1860 para incrementar sus actividades políticas. Así, algunos historiadores y escritores publicarón la revista Osnova en San Petersburgo, y en Kiev varios estudiantes universitarios constitu­yeron las sociedades nacionalistas Hromady, con el fin de hacer propaganda en los medios cam­pesinos. La represión estatal se cebó en ellos, particularmente después de la sublevación polaca de enero de 1863, ya que los nacionalistas ucranios fueron considerados por Moscú aliados de los insurgentes. El Gobierno ruso prohibió poco después la edición de libros y periódicos en idioma ucranio, al que consideraba un mero dialecto del ruso. Sin embargo, el germen nacionalista de las Homrady continuó actuando durante la década de 1870.
En Austria-Hungría las condiciones políticas volvieron a ser favorables para los nacionalistas ucranios tras 1867, acompañado por medidas democratizadoras y la garantía de los derechos fun­damentales. Sin embargo, el Gobierno de Viena creó una única región en Galitzia con predomi­nio polaco, lo que, si bien perjudicó a los ucranios -que veían negada su misma existencia como etnia diferente por los nacionalistas polacos, para quienes el "ruteno" era un dialecto del polaco-, también incentivó su movilización en favor de igualdad de derechos frente a los polacos, mientras el Gobierno imperial de Viena jugó el papel de paternal protector de los ucranios y su Iglesia unia­ta. Desde 1860, el ucranio fue reconocido como lengua oficial, y las elecciones a Dietas provin­ciales ofrecieron nuevas estructuras institucionales por las que competir. Así, a partir de finales de la década de 1860 empezaron a aparecer nuevas tendencias más radicales y democráticas den­tro del nacionalismo ucranio en Galitzia: los "Jóvenes Rutenos", de orientación liberal-democrá-tica, y los Nacional-Populistas, así como una amplia organización de sociedades culturales y de educación popular, Ilustración [Prosvita], fundada en 1868 en Lviv. Particularmente activos se mostraron los Jóvenes Rutenos, con el auxilio de la Iglesia uniata, en la movilización y organi­zación asociativa del campesinado.
En la poco poblada y aislada Rutenia subcarpática bajo jurisdicción de Budapest, las condiciones sociopolíticas eran diferentes de las de Galitzia. El gobierno húngaro persiguió una política de activa magiarización cultural de los rutenos, y además en esta región los nacionalistas ucranios habían de competir con el movimiento Rusyn, que defendía la identidad étnica separada de los carpato-rutenos, y por lo tanto la codificación independiente de su idioma y su pertenencia a una nación distinta de la ucrania.

(mapa: Colección de Átlas Históricos Shepherd; texto: AULA nº8: La primavera de las naciones, por Xosé M. Núñez Seixas)

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